Novela en desarrollo, paciencia por favor.

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15/6/11

1.c

Las sonrisas de sus compañeros fueron condescendientes. El regreso del tipo abandonado con los huesos más a la vista, la barba desprolija y un par de ojeras haciendo juego daría que hablar durante toda la semana. No le importaba, casi nada le importaba demasiado últimamente. Enfiló derecho para la oficina de su jefe mientras pensaba una vez más que debía trabajar por su cuenta, en lo que fuera. Una sonrisa diferente se interpuso en su camino. Mariana era incapaz de ser condescendiente, pero su acercamiento tampoco era de ayuda, lo hacía sentir vulnerable cuando era lo último que necesitaba en ese momento.
-Hola, Gonza ¿cómo estás? -la presión de su mano en el hombro le dio ganas de putearla, necesitaba estar entero para atravesar esa puerta.
-Bien, Marian. Mucho mejor, gracias -mintió y su sonrisa le hizo eco,- tengo que hablar con Ibáñez ahora, disculpame. Nos vemos después, ¿si?
La hizo a un lado con toda la amabilidad que le fue posible, golpeó la puerta, esperó el acostumbrado "adelanteee" y pasó. Tuvo unos segundos para estudiar el rostro de su interlocutor mientras éste terminaba de hablar por teléfono. No le caían bien los hipócritas y en ese momento tenía delante al más grande de todos. Era un día para perder el trabajo o ponerse una careta y Gonzalo no tenía idea de cuál de las dos opciones elegiría su cabeza.
-Sentate, Vallejo, ya estoy con vos.
La indicación le llegó desde muy lejos, como si estuviera soñando, obedeció sin dejar de observar los premios acomodados en la estantería de su derecha, el sol que entraba por la ventana los llenaba de reflejos dorados. Pensó qué fácil debía resultar sentirse superior con tanto color oro refulgiendo alrededor, él debía estar fallado, porque lo único que le provocaba eran ganas de cerrar los ojos y dormirse.
-Bienvenido de vuelta, Vallejo. ¿Cómo está mi productor de seguros preferido? -la voz melosa lo sacudió de golpe, devolviéndolo a la realidad.- ¿Listo para volver a la carga?
Gonzalo era consciente de que hacía bien su trabajo. Le caía bien a la gente, no terminaba de comprender por qué, y trataba de no cagarla; por lo que el resultado solía ser satisfactorio para ambas partes. Sin embargo, en ese momento no estaba seguro -una carcajada colapsó en su interior- de querer seguir trabajando de lo mismo por mucho tiempo más, claro que no era el momento adecuado para que Ibáñez lo supiera.
-Por supuesto, la inmovilidad no es lo mío. Igual creo que tengo que arrancar de a poco. -Gonzalo medía sus palabras, conocía a quien tenía enfrente y debía mostrarse confiado, dispuesto a trabajar lo que pudiera pero dando lo mejor de sí en cada pequeña cosa que hiciera.
-Así me gusta, sé que puedo confiar en vos. ¿Puedo serte de ayuda en algo? -Ibáñez lució su sonrisa de cierre.
-La verdad que me vendría muy bien un adelanto -asestó el golpe Gonzalo Vallejo sin anestesia, no tenía nada que perder.
-No le puedo negar nada a mi mejor hombre, sé que vas a responder por cada centavo. Hablalo con Mariana hoy mismo. -La sonrisa más falsa afloró en el rostro de su jefe, haciéndolo sentir nauseas.-¿Seguro que estás bien? Te noto un poco pálido.
-Sí, señor -sonrió refrenando el espanto y le guiñó un ojo. Máscara puesta al fin. -La gente como yo nunca se pone pálida, a lo sumo toma un tono color café con leche.
Después de compartir la más desagradable sesión de carcajadas, Gonzalo huyó de la oficina. Se había dado el gusto de hacer un chiste sobre su color de piel al Jefe Racista y se había reído con él. ¿Qué no podría hacer hoy?

Mariana lo esperaba en su oficina con una mirada solícita, él se acercó y la abrazó. Era justo, había que responder con lo que le ofrecían a uno siempre que fuera posible.
-Perdoname que te corté así antes, estaba un poco tenso.
-Es comprensible, no te preocupes. Igual no parece que estés mejor ahora. ¿Desayunaste vos? -Que la encargada de Personal te trate como si fueras su sobrino preferido, no tiene precio.
-No, y no me había dado cuenta. Te invito un café. Ah... si me das mi adelanto primero. -Sus ojos de perrito arrancaron una carcajada a la mujer que tenía delante.

Cruzaron al Café que quedaba frente al edificio donde la Compañía alojaba sus oficinas. No era un lugar que frecuentara con Constanza, así que los fantasmas se mantuvieron alejados por el momento. Ocuparon una mesa cerca de la ventana y cada uno hizo su pedido. Una lágrima para Mariana, un capuchino para Gonzalo.
-Ahora que estamos en terreno neutral, sin oídos atentos a tus palabras, podés decirme la verdad, Gonza. ¿Cómo estás? No te veo nada bien. -La mirada de mujer preocupada que lo interrogaba logró poner incómodo a su interlocutor.
-Parece que soy muy mal actor y vos muy buena observadora. No estoy bien todavía, seguir encerrado en mi departamento con el fantasma de mi ex torturando mi cabeza es mucho peor, sabe meterse en lugares que duelen. Necesitaba despejarme. Gracias por tu interés, Marian, pero la verdad es que quisiera cambiar de tema. ¿Vos cómo estás?
-Todos cargamos con algún fantasma de nuestro pasado, te entiendo más de lo que pensás. -Mariana sonrió con tristeza y a sus ojos afloraron un par de arrugas que ponían de manifiesto la edad que tenía. Gonzalo siempre creyó que sería cuatro o cinco años mayor que él, ahora suponía que pasaba los cuarenta.
El mozo se acercó con una bandeja y depositó frente a cada uno lo que había ordenado.
-Mi vida está lejos de ser divertida, no serviría para entretenerte, Gonza. Mi rutina va de la oficina a mi casa, un par de gatos de compañía, algún llamado de mi mamá los fines de semana... lamento decir que podría llegar a deprimirte -tras un gesto de impotencia, Mariana sorbió de su taza sin dejar de mirarlo.
-Suena más interesante que mi última semana... ¿Y qué onda Rafael? El tipo nuevo ese, que te mira todo el tiempo como si quisiera tenerte desnuda en su mesa con una manzana en la boca.
Esta vez el rostro de Mariana pareció el de una adolescente y Gonzalo se sintió orgulloso de haberlo provocado, el rubor le sentaba muy bien a su pálido rostro.
-¿¡Qué decís!? ¿De dónde sacás esas ideas? Nada que ver... Rafael es un hombre serio, es bastante tímido, nunca diría una cosa así. El aislamiento del resto de la sociedad le provoca ideas extrañas, señor Vallejo. -Se abanicó el rostro con una servilleta, cada vez más colorada. Sin embargo, parecía mucho más animada que un rato atrás.
-No hablo de la reputación de Rafael, mujer, no voy a negar que sea un tipo reservado o correcto, pero su mirada de macho cabrío no miente, sé de lo que hablo, puede verse la testosterona saltándole en los pantalones cada vez que pasás cerca de él... No, no me callo, es la verdad, y está bueno que sepas que pasa. ¿Te gusta Rafael? -Gonzalo la vio asentir muy despacio y casi en contra de su voluntad.- ¡Y bueno! ¿Qué estás esperando...? Ahora compramos una manzana en la verdulería de la esquina... Bueno, bueno, pero no me pegues más.
Cuando Mariana terminó de reír y él terminó su café, ambos se miraron. Se habían extrañado más de lo que cada uno se dignaría aceptar.
-No soy una mujer que tome la iniciativa en esas cosas. Creo que me conocés lo suficiente.
-Era un chiste, pero no deberías dejar escapar lo bueno que te ofrece la vida, se pasa rápido ¿sabés? -el grito volvió a resonar en la cabeza de Gonzalo, quien hizo lo posible por disimular su turbación- Por lo menos dale la oportunidad de acercarse, puede pasar algo, por lo menos, interesante.
Mariana se dio cuenta de que algo lo había movilizado, creyó que había sido en otra dirección. Lo tomó de una mano.
-Vos descansá todo lo que puedas, te vas a poner al día con el trabajo en cuanto estés mejor, estoy segura de eso, pero no fuerces tu cabeza si todavía no es el momento. ¿Me lo prometés?
La preocupación era sincera, Gonzalo sintió ganas de llorar. No era un tipo que se avergonzara por derramar algunas lágrimas, pero si comenzaba ahora no sabía cuándo podría detenerse, inspiró hondo.
-Si vos me prometés que le vas a dar una oportunidad a Rafael y su manzana... -la carcajada de ambos restableció el buen humor al ambiente- Dale, sí, te lo prometo. Gracias, Marian.
Mientras ella terminaba su café, él pidió la cuenta. Se alegraba de haber salido de casa, era un buen día para reincorporarse a la vida.

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