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18/6/11

3.a

Gonzalo dio cuatro golpes sobre la puerta del 10 "B" pero no obtuvo respuesta, Oliverio no había regresado a casa aún. Lástima, ahora que no tenía asuntos externos en qué pensar, necesitaba noticias sobre el grito que había escuchado en la madrugada. Si dejaba vagar su mente sobre ese tema sin control no tardaría en enloquecer.
Entró en su departamento y se cambió de ropas. Odiaba vestir formal sin testigos, era sólo un disfraz ante los demás. El Gonzalo íntimo no necesitaba más que una remera y un calzoncillo para estar consigo mismo (hubo épocas en que ni siquiera eso, Constanza le hizo notar que la gente podía escandalizarse si abría la puerta olvidando su desnudez y últimamente se sentía más vulnerable sin nada de ropa), pero todavía había que recibir al chico de la pizza, una bermuda sería suficiente.
En cuanto terminó de abrocharse escuchó la puerta del ascensor y supuso que sería Oliverio. Estaba a tiempo para invitarlo a comer, todavía no había encargado la pizza. Abrió la puerta y se asomó al pasillo. No había nadie allí, sin embargo la luz estaba encendida. Gonzalo frunció el ceño pensativo, de haber sido su vecino hubiese escuchado la puerta. El tercer departamento del piso, el 10 "A", estaba desocupado y en venta, pero alguien había abierto la puerta del ascensor y encendido la luz del pasillo, que en ese mismo momento se apagó. Gonzalo oprimió el interruptor más cercano para volver a encenderla y aguzó el oído. Se acercó con sigilo al "A" y se apoyó en la puerta. No se oía nada. Esperó a que se apagara de nuevo la luz para constatar si algún resplandor delataba la presencia de alguien en su interior. Nada, oscuridad total. Volvió a encender las luces, con un atisbo de malhumor dirigió la mirada al otro extremo del pasillo, hacia las escaleras. No, no iba a acercarse a espiar las escaleras, su mente ya había jugado demasiado con él para esa hora tan temprana. Paseó la vista por la puerta del cuarto de limpieza con creciente desinterés. Regresó a su departamento apurado antes de quedar a oscuras otra vez.
-Volverme paranoico ¡lo único que me falta! -murmuró intentando reírse de sí mismo sin lograrlo. Fue hasta el teléfono, levantó el tubo y llamó a la pizzería.-Hola, para hacerte un pedido. Número de cliente cuatro-ocho-tres-cero, exacto ¿cómo te va? No, lo mismo de siempre no, dos grandes, una de muzarella, la otra con jamón y morrones, y dos cervezas de litro. Tengo los envases, sí, eso es lo único que me sobra hoy en día. Okey, pago con uno de cien. Gracias, buenas noches.
Gonzalo salió al balcón desde la ventana de su habitación, el día comenzaba a apagarse a esa hora, las estrellas tardarían en aparecer. El humo de la ciudad las escondía a los ojos de sus habitantes hasta bien entrada la noche, como si no les fueran necesarias... El viento a esa altura era mayor que al nivel de la calle, pudo sentirlo alborotándole el cabello. Cerró los ojos unos instantes y borró de su mente su vida entera. Sólo era un hombre con el viento en el rostro, podría ser un ave y convertirse en la noche, podía ser lo que quisiera mientras mantuviera los ojos cerrados, pero tuvo que abrirlos y mirar hacia abajo. La lejanía del suelo, el vacío, la negrura del abismo lo llamaba, se aferró fuertemente a la baranda del balcón. Había pasado madrugadas eternas mirando hacia abajo, borracho a más no poder, el rostro arrasado por las lágrimas, abrazado al último pedacito de autoestima que le quedaba, resistiéndose a ese llamado. No había saltado, ni siquiera cuando sintió un grito atravesado en la garganta que lo asfixiaba de dolor, que amenazaba con desgarrarlo en dos, se había mantenido entero y no había saltado.
Volvió a cerrar los ojos y pensó en el grito de la noche anterior. ¿Podía haber sido alguien arrojándose al vacío? Quizá lo que oyó era el dolor de una mujer en el punto de inflexión anterior al suicidio, un alarido ante la dolorosa decisión final, el paso al frente que daría inicio a la última caída... y después ya nada más, silencio, oscuridad, la nada misma. El timbre lo sobresaltó, obligándolo a apretar con más fuerza la baranda del balcón.
-La reputa madre... -murmuró dirigiéndose al portero eléctrico con el corazón en la garganta.- ¿Si? Era hora, ya tenía hambre. Subí, por favor.
Oprimió el botón que abría la puerta principal del edificio, tras oír que se cerraba, buscó su billetera en el bolsillo del pantalón, agarró un par de envases y se dirigió al pasillo. Le gustaba esperar con la puerta abierta y la luz encendida. El silencio en su piso a esa hora de la noche era casi total, sólo se oía el ascensor subiendo y ese maldito perro que nunca se callaba. Era una de las ventajas de vivir en un edificio en que predominaban las oficinas, aunque, dependiendo del estado de ánimo, podía llegar a ser contraproducente. El ascensor se detuvo, la puerta se abrió y salió el chico de la pizza, detrás de él, Oliverio con su cara de zombie animada por la hora, la actividad y quizás el hambre.
-Llegaste justo. Sí, a los dos les digo. Lo invito a comer, vecino, le pedí una de jamón y morrones, no me la puede despreciar. -Sonrió mientras pagaba y entregaba los envases vacíos.- Muchas gracias, pibe. No, a vos no te invito nada. A la chica que atiende el teléfono en una de esas... ¿está buena?
-Este amarrete, además de sacarte información sobre tus compañeras de trabajo, ¿te da propina por lo menos? -Oliverio agarró las cajas de pizza.
-Mas vale, sino no se las subo hasta acá ni en pedo -el adolescente se escabulló dentro del ascensor con una sonrisa mientras luchaba con la puerta, la bolsa de las botellas y el casco que le colgaba de un brazo.- ¡Mirá el bardo que tengo que hacer! Y Marisol está buena, ¡pero es mía, ni lo sueñes!
Ambos hombres entraron en el 10 "C" y llevaron la cena hasta la mesa.
-¿Está buena en serio Marisol? -fue lo primero que dijo Oliverio.
Gonzalo lo miró sin comprender unos instantes y soltó una carcajada.
-Ni idea, nunca la vi, pero parece que es su novia o eso pretende. Siempre lo jodo a propósito. Boludeces. ¿Día complicado?
-No, bastante tranquilo, poco movimiento. La gente cada vez lee menos, vos podrías empezar a dar el ejemplo -destapó una cerveza y sirvió los dos vasos.
-Yo tengo mi clásico de cabecera ¿Vos te pensás que lo voy a reemplazar por otra cosa nada más que por tener un vecino librero? Bueno, en una de esas si me prestás libros... no tengo historia, te los cuido y todo. -Gonzalo mordió una porción de pizza y se miró la mano llena de aceite.- Nho leo biendras como, nho te breocubez.
Su vecino lo miraba sonriente, una de las cosas que admiraba de él era su capacidad para mantener siempre las mismas obsesiones. Los libros, la música, la comida, la mujer... Su ánimo parecía haber mejorado muchísimo, claro que había que mirar más profundo, Gonzalo era de esos tipos que no largan la ironía ni cuando los están matando.
-¿Cómo fue tu reincorporación al mundo? Se te nota más tranquilo que esta mañana.
-Bastante bien. Hubo abrazos, evité las lágrimas, hice reír, parece que no pierdo esa habilidad todavía. Pese a todo pronóstico hice tres ventas durante la tarde, ah, y pedí un adelanto, sino no iba a poder volver a casa.
Sí, era un buen resumen, sacando todas las veces que revivió el grito anónimo en su cabeza y se estremeció por ello. Mirado desde afuera, quizá cuadrara en el comportamiento de una persona que regresa de un aislamiento de semanas tras la ruptura de una relación de casi tres años. Todo dentro de lo normal, pero Oliverio lo conocía, ese silencio posterior al resumen del día le dijo bastante más que Gonzalo mismo.
-Hablé con mi primo a mediodía -explicó como al pasar y la mirada de su amigo de inmediato estuvo con él,- le expliqué la situación y quedó en averiguarme para la noche. En un rato tengo que pasar. Igual me aclaró que no sabía de ningún caso que encajara con la hora ni la zona, nada que haya escuchado de pasada... pero después me va a dar un informe más preciso.
Después de sus palabras por un rato sólo se oyó el tragar de comida y bebida, sumado al sonido de los vasos al volver a ser apoyados en la mesa. Gonzalo miraba a ninguna parte, perdido en sus pensamientos, Oliverio estudiaba la expresión meditabunda que había adoptado su acompañante.

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