Novela en desarrollo, paciencia por favor.

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7/7/11

5.a

El sol de mediodía proyectaba toda su furia contra el asfalto del centro de la ciudad. Gonzalo caminaba entre la masa de gente apresurada sin verla, se ahogaba entre recuerdos y suposiciones, intentaba encontrar el momento exacto en que todo había comenzado a irse a la mierda. La vida al lado de Constanza era demasiado buena como para haberla tirado por la borda de esa manera tan idiota. Los celos nunca antes se habían interpuesto en medio de ellos, la química que se manifestaba entre los dos era la envidia de más de una pareja... y sin embargo, todo había terminado.
      Gonzalo se detuvo de golpe. Había sido su culpa. Las imágenes volvieron a su cabeza, todas juntas, asfixiándolo. No podía procesarlas solo, terminaría gritando como un loco en mitad de la calle, tenía que hablar con alguien. Sintió un asomo de desesperación, nunca había tenido esa necesidad antes, no sabía manejarla, a quién acudir. Mariana podría comprender algunas cosas, pero le daba mucha vergüenza sólo pensar en hablarle de su intimidad. Griselda, ni a palos, esas cosas no se hablan con una hermana, menos con una como la suya. Oliverio. Siempre Oliverio terminaba siendo la salida de emergencia.
      -Ah, hermano, es el karma... qué habrás hecho para merecerte esto... -murmuró entre dientes y se encaminó hacia la Librería.
      
      En el local había una persona sola husmeando entre los libros prolijamente dispuestos en los exhibidores. El ambiente allí dentro era fresco y la luz agradable. Gonzalo se dio cuenta de que era la primera vez que entraba en la Librería. Había pasado muchas veces por la puerta, había esperado a su vecino para ir a almorzar alguna vez, pero nunca había traspasado el umbral. Incluso las veces que había comprado algún libro había sido por intermedio de su vecino. Se arrepentía de haber pospuesto tanto tiempo la entrada. Aunque quizás era ese el momento adecuado, cuando poseía el ánimo dispuesto para disfrutarlo. Comprendió que algo dentro suyo estaba cambiando.
      -Te tomaste demasiado en serio mi reproche durante la cena, che, no era para que vinieras corriendo a comprar un libro...- Oliverio era alguien que raramente saludaba de una manera normal- ¿Suspenso? ¿Terror? ¿Autoayuda?
      -Vos sos de terror, yo me creía el maestro de los chistes de humor negro. Nada de eso, creo que necesito hablar con vos. La autoayuda era lo mío hasta ahora, es la primera vez en mucho tiempo que se me ocurre pedírsela a otra persona.
      -Esteban, hacete cargo de todo, ¿si? Me tomo la hora del almuerzo, -miró la cara de su vecino y agregó:- Capaz que me tomo también las de mañana y pasado. ¿Está bien? Cualquier cosa me chiflás.
      El empleado hizo un saludo marcial a modo de respuesta. Oliverio y Gonzalo se dirigieron a la trastienda del negocio, provista de una cocina, una mesa y un par de bancos de madera. Se sentaron en silencio a esperar que fuera prudente romperlo. Oliverio era un tipo paciente, pero tenía hambre. Se levantó, abrió la heladera, hizo un par de sandwiches y puso la pava al fuego. Mientras preparaba el mate observó a su vecino revolverse en el banco y decidió quebrar el hielo de un hachazo.
      -Esta mañana llamé a la casa de Constanza y esta tarde de nuevo. Siempre lo mismo, suena hasta que atiende el contestador. La última vez dejé un mensaje diciéndole que necesitaba hablar con ella, nada perturbador, que por favor me llamara lo antes posible. ¿No tenía un celular...? No me digas: cambió el número.
      Gonzalo sonrió y asintió con la cabeza. Era una sonrisa triste, preocupada y cansada. Apoyó las manos sobre la mesa y comenzó a hablar sin apartar la vista de ellas, casi como si lo hiciera para sí mismo.
      -Desde la noche que la conocí no pude dejar de mirarla, ¿sabés? Me tenía hechizado, cada movimiento que hacía, cada palabra suya, cada mirada, era un tirón en los hilos que me movían como una marioneta. Desde que entró en mi vida, todo giró en torno a ella... y ahora...
      Oliverio le pasó un mate amargo. La tarde sería larga. Le puso una mano en el hombro intentando consolarlo, no tenía idea si serviría de algo. Pareció que sí, al menos la mirada que se precipitaba al vacío se clavó en el mate y sus manos se alargaron para agarrarlo. El gesto conmovió a Oliverio, nunca podría asegurar por qué, pero ver esa tarde a aquel hombre desconsolado tomar el mate con ambas manos para llevárselo a la boca, le nubló la mirada. Masticó un sandwich para disimular su turbación y dejó que el silencio volviera a llenarse por sí solo.

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