Novela en desarrollo, paciencia por favor.

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7/8/11

7.a


 Oliverio amaneció sentado frente al televisor encendido. La palabra MUTE en letras rojas describe también su propia situación. Desde que lo despertaron los gritos de Gonzalo en el pasillo no pudo volver a dormirse, pero lo relatado por su vecino lo dejó sin palabras.

Después de obligar a su amigo desesperado a meterse en su cama y tomarse un cuarto de clonazepam, Oliverio se sentó frente a la pantalla a ordenar sus pensamientos. No había llegado a ver el carro de la limpieza con su enarbolado maniquí, tan sólo vislumbró al ascensor descender y detenerse en el subsuelo. Había refrenado el impulso de bajar corriendo las escaleras por dos motivos. El primero era su estado físico, cuando terminara de bajar once pisos necesitaría un pulmotor para dar un paso más. El segundo y más importante fue que no podía dejar a su vecino tirado en el suelo del pasillo llorando como un loco. Sin embargo, en algún momento se daría una vuelta para inspeccionar el subsuelo. El movimiento a esas horas de la madrugada no dejaba de resultar sospechoso.
Podía dudar de las palabras de Gonzalo, podía argumentar que su estado anímico el último mes era muy inestable, podía aferrarse a la idea de que su obsesión por tener noticias de Constanza estaba alterando su percepción de la realidad. Podía, claro que sí, pero no lo haría, porque su amigo no se lo merecía. Pero sobre todo porque lo único que le faltaba para sumergirse en un pozo depresivo era que la persona en quien más confiaba le soltara la mano. Además todo ese asunto ya estaba dándole escalofríos. En algunas horas, cuando Gonzalo despertara, irían a la casa de su ex novia a constatar por qué no daba señales desde hacía ya varios días. Tras ese primer paso, sabrían a qué atenerse. Oliverio se refregó los ojos y se levantó del sillón. Su vecino roncaba y babeaba sobre la almohada. Sonrió y pensó que la imagen le resultaba extrañamente conmovedora. Encendió la cafetera y se puso a hacer unas tostadas.

Gonzalo despertó sobresaltado pasadas las once de la mañana, miró a su alrededor y no supo dónde estaba. El sonido de las llaves abriendo la puerta lo obligó a taparse en un acto reflejo. Estaba en calzones, pero se sentía más vulnerable que si estuviese desnudo. El rostro de Oliverio le pareció más zombie que nunca, una punzada de culpa lo obligó a saltar de la cama.
-No te dejé dormir anoche, Olaf. ¿Fueron mis gritos, mis mocos, mis ronquidos o todo junto? ¿Seguí gritando y moqueando mientras roncaba? Perdoname, me volví loco...- tomó la muda de ropa que su vecino le tendía con una sonrisa, no recordaba cuánto tiempo hacía que no usaba ese pantalón.- Gracias. Dejé todo abierto, ¿no?
-Yo cerré anoche, no te preocupes. Agarré lo primero que encontré en el placard, no me mires así, sabés lo poco observador que soy con la ropa. No te preocupes, tus sonidos corporales no le hacen competencia a mi televisor. Fue mi propia cabeza la que no me dejó dormir -Oliverio volvió a enchufar la cafetera y abrió un paquete con medialunas.
-¿Me puedo mudar con vos?- Gonzalo rió mientras terminaba de vestirse.- No sabés cuánto hace que no desayuno así.
Para demostrar lo sincero de su entusiasmo se metió una medialuna entera a la boca. Su vecino sonrió complacido, esperaría a después del café para contarle sus planes, cuanto más tiempo se mantuvieran las imágenes perturbadoras alejadas de su cabeza, mejor. No tuvo que esperar mucho, cuando la taza estuvo a mitad de camino, cuatro medialunas de por medio, las sombras volvieron a eclipsar el buen humor de Gonzalo.
-Yo sé cómo suena todo esto. Te juro que no aluciné ni estaba tan dormido como para que mis pesadillas interfirieran en mis ojos. Alguien está jugando con mi cabeza- sentenció con una expresión tan seria que no parecía Gonzalo Vallejo el que hablaba,- y no tengo la más puta idea del porqué.
Oliverio terminó de tragar una medialuna con gesto concentrado.
-Antes de pensar en eso hay cosas que hacer. Hoy no laburo, no quiero escuchar quejas al respecto. Terminate el café y vamos a la casa de Constanza.
Gonzalo lo miró con los ojos muy abiertos y obedeció al instante, como un chico que acabara de recibir órdenes terminantes de su padre.

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