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4/9/11

7.b


 La imagen de la casa de Constanza a la luz del sol hizo que las lágrimas regresaran a los ojos de Gonzalo. ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía? Sonaba a una eternidad. Su vecino parecía también un poco afectado, pero no tanto como para quedarse quieto, subió los escalones del frente y tocó el timbre. Esperaron un rato en silencio, a cada segundo que pasaba el rostro de ambos se poblaba de signos de nerviosismo. Gonzalo no aguantó más y volvió a tocar timbre, diez segundos más tarde golpeó la puerta cuatro veces , cada golpe más fuerte que el anterior.

En la ventana de la casa contigua se descorrió una cortina y el rostro curioso de una mujer mayor los estudió con desconfianza.
-¡Hola, señora!- saludó Oliverio sacudiendo una mano, Gonzalo pensó que debería haberse adelantado a su amigo zombie, ahora la mujer gritaría horrorizada y cerraría la ventana de golpe.- ¿Podemos molestarla un minuto?
-¿Qué venden?- preguntó la mujer con suspicacia, sus ojos se entrecerraron para observarlos mejor.- ¿O son Testigos de Jehová? ¡A mí dejenme tranquila con mi propia religión!
-Adela- tomó la palabra Gonzalo antes de que la señora se espantara del todo,- Buenos días ¿sabe si Constanza está en casa?
La mujer se puso los anteojos y asomó la cabeza por la ventana.
-¡Gonzalito! ¡tanto tiempo! Casi no te reconozco, qué flaco que estás...- les hizo señas con una mano para que se acercaran.- Ya les abro, espérenme cinco minutitos a que baje... esta ciática me está matando...
-Señora, no hace falta... -empezó Oliverio, pero cuando Adela se proponía ser hospitalaria no había quién la detuviera.
Gonzalo meneó la cabeza con una sonrisa en el rostro, el tinte de tristeza se había instalado allí y pasaría mucho tiempo hasta que lograra disiparse.
-Lamento comunicarte que vamos a tener que desayunar de nuevo, y cuidado con el perro, que en cuanto mires para otro lado se enamora de tu pierna.
-Ya sería mi tercer desayuno del día, sumale que mi pierna vaya a tener sexo gratis con un perro desconocido y puedo afirmar que este comienza a ser el día más bizarro de mi vida.

En medio de porciones de pastafrola, tazas de té de menta y los ladridos excitados de Eros, un pekinés viejo y tuerto, supieron que Constanza se había ido de vacaciones hacía poco más de dos semanas. Adela no recordaba adónde con exactitud, algún lugar de la costa, se había ido con una amiga que la señora no conocía.
Gonzalo sintió un repentino vértigo en el estómago y ya no pudo seguir comiendo, Oliverio lo miró de reojo y suspiró.
-¿Señora, Constanza la llamó en algún momento?- preguntó intentando que los pensamientos de su vecino volvieran a encarrilarse.
-Me llamó la primera semana, tres veces. Extrañaba mucho a Milena.
Gonzalo sonrió con los ojos húmedos, nadie podía imaginarse cuánto extrañaba él a esa molesta bola de pelos que se le había ocurrido regalarle a su novia para su primer aniversario. Oliverio encontró la excusa perfecta.
-Adela, ¿no le permitiría a Gonzalo pasar cinco minutos a visitar a Milena?
La anciana observó el rostro de Oliverio, sacudió la cabeza, luego se fijó en la expresión de Gonzalo y le tendió las llaves.
-Ya conocés el camino, querido, hoy mis huesos no me permiten acompañarte. No hagan lío que soy yo quien tiene que dar la cara después.
-No se preocupe, Adela, le prometo que todo quedará en su lugar.- Gonzalo sonrió agradecido, tomó las llaves y se puso de pie. Oliverio sacudió la pierna para alejar a Eros, el galán pekinés, y lo siguió hasta la calle.
La puerta de entrada de la casa de Constanza se les antojó un santuario inviolable, un poco tenebroso incluso en pleno mediodía. Gonzalo buscó la llave correcta con manos temblorosas y la introdujo en la cerradura, haciéndola girar. Apenas traspasó el umbral, una cosa negra, gorda y peluda que emitía toda una sinfonía de maullidos se enredó entre sus piernas, Gonzalo no recordaba la última vez que había sido tan bienvenido.

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