La imagen de la casa de Constanza a la luz del sol hizo que las
lágrimas regresaran a los ojos de Gonzalo. ¿Cuánto tiempo hacía
que no la veía? Sonaba a una eternidad. Su vecino parecía también
un poco afectado, pero no tanto como para quedarse quieto, subió los
escalones del frente y tocó el timbre. Esperaron un rato en
silencio, a cada segundo que pasaba el rostro de ambos se poblaba de
signos de nerviosismo. Gonzalo no aguantó más y volvió a tocar
timbre, diez segundos más tarde golpeó la puerta cuatro veces ,
cada golpe más fuerte que el anterior.
En la ventana de la casa contigua se descorrió una cortina y el
rostro curioso de una mujer mayor los estudió con desconfianza.
-¡Hola, señora!- saludó Oliverio sacudiendo una mano, Gonzalo
pensó que debería haberse adelantado a su amigo zombie, ahora la
mujer gritaría horrorizada y cerraría la ventana de golpe.-
¿Podemos molestarla un minuto?
-¿Qué venden?- preguntó la mujer con suspicacia, sus ojos se
entrecerraron para observarlos mejor.- ¿O son Testigos de Jehová?
¡A mí dejenme tranquila con mi propia religión!
-Adela- tomó la palabra Gonzalo antes de que la señora se espantara
del todo,- Buenos días ¿sabe si Constanza está en casa?
La mujer se puso los anteojos y asomó la cabeza por la ventana.
-¡Gonzalito! ¡tanto tiempo! Casi no te reconozco, qué flaco que
estás...- les hizo señas con una mano para que se acercaran.- Ya
les abro, espérenme cinco minutitos a que baje... esta ciática me
está matando...
-Señora, no hace falta... -empezó Oliverio, pero cuando Adela se
proponía ser hospitalaria no había quién la detuviera.
Gonzalo meneó la cabeza con una sonrisa en el rostro, el tinte de
tristeza se había instalado allí y pasaría mucho tiempo hasta que
lograra disiparse.
-Lamento comunicarte que vamos a tener que desayunar de nuevo, y
cuidado con el perro, que en cuanto mires para otro lado se enamora
de tu pierna.
-Ya sería mi tercer desayuno del día, sumale que mi pierna vaya a
tener sexo gratis con un perro desconocido y puedo afirmar que este
comienza a ser el día más bizarro de mi vida.
En medio de porciones de pastafrola, tazas de té de menta y los
ladridos excitados de Eros, un pekinés viejo y tuerto, supieron que
Constanza se había ido de vacaciones hacía poco más de dos
semanas. Adela no recordaba adónde con exactitud, algún lugar de la
costa, se había ido con una amiga que la señora no conocía.
Gonzalo sintió un repentino vértigo en el estómago y ya no pudo
seguir comiendo, Oliverio lo miró de reojo y suspiró.
-¿Señora, Constanza la llamó en algún momento?- preguntó
intentando que los pensamientos de su vecino volvieran a
encarrilarse.
-Me llamó la primera semana, tres veces. Extrañaba mucho a Milena.
Gonzalo sonrió con los ojos húmedos, nadie podía imaginarse cuánto
extrañaba él a esa molesta bola de pelos que se le había ocurrido
regalarle a su novia para su primer aniversario. Oliverio encontró
la excusa perfecta.
-Adela, ¿no le permitiría a Gonzalo pasar cinco minutos a visitar a
Milena?
La anciana observó el rostro de Oliverio, sacudió la cabeza, luego
se fijó en la expresión de Gonzalo y le tendió las llaves.
-Ya conocés el camino, querido, hoy mis huesos no me permiten
acompañarte. No hagan lío que soy yo quien tiene que dar la cara
después.
-No se preocupe, Adela, le prometo que todo quedará en su lugar.-
Gonzalo sonrió agradecido, tomó las llaves y se puso de pie.
Oliverio sacudió la pierna para alejar a Eros, el galán pekinés, y
lo siguió hasta la calle.
La puerta de entrada de la casa de Constanza se les antojó un
santuario inviolable, un poco tenebroso incluso en pleno mediodía.
Gonzalo buscó la llave correcta con manos temblorosas y la introdujo
en la cerradura, haciéndola girar. Apenas traspasó el umbral, una
cosa negra, gorda y peluda que emitía toda una sinfonía de
maullidos se enredó entre sus piernas, Gonzalo no recordaba la
última vez que había sido tan bienvenido.
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