Novela en desarrollo, paciencia por favor.

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12/9/11

8




(Instantáneas urbanas)

La sombra de un ventilador girando mantiene fija la atención de quien necesita acallar sus demonios.
El sol golpea de lleno en la cara de un pibe que duerme en la vereda entre el alocado bullicio automotor, pero él no se inmuta, hace falta mucho más que eso para arrancarlo de su inducida inconsciencia.
Un par de amigos recorren una casa vacía con un felino ronroneante detrás. Las habitaciones cuentan historias, conocidas algunas, dolorosas todas. Algo es seguro: la propietaria ya no está de vacaciones, algo le tiene que haber sucedido.
Un hombre en penumbras sonríe a sus dos más grandes amores, un fajo de billetes y su hija de cuatro años sentada en una silla a su lado. Les habla a los billetes, pero los objetos inanimados no responden. Le habla a su hija, le acaricia el cabello, le habla de nuevo y sonríe en silencio. Su hija tampoco responde. El hombre acaricia con mayor énfasis los rubios cabellos y susurra palabras amorosas. Al rato vuelve a contar billetes.
Una adolescente llora bajo la ducha, refrega su cuerpo para quitarse el olor de ese que la hizo pecar, que logró enloquecerla al punto de vencer sus barreras, de hacerla entregar su virtud más preciada. Lava frenética los lugares por donde se posaron esas manos pecadoras y casi puede volver a sentirlas. El calor del infierno se apodera de la joven que se masturba bajo la ducha, que gime sin quererlo y acaba con una mano entre las piernas, mordiéndose los labios en una media sonrisa que se le escapa.
Un teléfono suena, una mujer atiende, escucha órdenes y cuelga, dirige la mirada hacia la sombra del ventilador unos instantes y después a la puerta, se muerde las uñas y casi colapsa en un ataque de nervios. Abre un cajón, toma una pastilla y espera.
Otra mujer, de ojos cerrados, intenta no abrirlos aferrándose a la calma que asocia con la oscuridad, ya su mente da manotazos en la superficie de una cordura prefabricada para no ahogarse. El silencio se quiebra con el timbre de un teléfono y no puede evitar que su cuerpo comience a temblar descontroladamente. Se hace un ovillo abrazándose las piernas, negándose a abrir los ojos, a ver lo que quieren que vea. Piensa en él, con una mezcla de amor y odio tan profundos que no pasa mucho antes de que los sollozos se conviertan en un ruidoso llanto que opaca el sonido de la maldita puerta que comienza a abrirse una vez más.

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