En el contestador de Constanza Ríos había mensajes de todo tipo.
Estaba el que había dejado Oliverio, algunos de Abril, su mejor
amiga, cuyo tono de voz se volvía más exasperante conforme pasaban
los días y no recibía respuesta. Había también varios llamados
del trabajo. Por más freelance que pueda ser una fotógrafa, si hace
una semana que no aparece por el laboratorio -después de dos de
vacaciones con cientos de fotos aseguradas- sus colegas comienzan a
preocuparse. Más allá de los indicios de una ausencia más larga de
lo previsto, lo que puso la piel de gallina a los dos hombres que
escuchaban sentados en el sillón fue un mensaje anónimo.
Era una voz masculina cuya modulación exasperaba los nervios. La
manera en que pronunciaba cada palabra, el énfasis de la frase pese
a ser corta, hacía pensar en una persona de mucho poder,
acostumbrada a ordenar, demandar, cuya autoridad no podía ser
cuestionada sin sufrir horribles consecuencias. El mensaje había
sido grabado hacía exactamente dieciocho días, según las cuentas
que habían sacado, antes de que Constanza se fuera de vacaciones.
Ambos hombres se quedaron un rato en silencio, visiblemente
conmocionados.
-¿Qué mierda...? -Gonzalo tuvo que romperlo, no aguantaba más-
¿vos qué hacés si recibís un mensaje así? ¿por qué carajo no
lo borró?
Oliverio estaba pálido, las ojeras se marcaban más y le daban a sus
ojos un aspecto hundido.
-No... -fue lo primero que pudo articular, tragó saliva y dirigió
la mirada hacia su vecino, forzándose a apartarla del contestador-
No sé, chabón, creo que me cagaría encima. No te rías, boludo,
imaginate que llegás a tu casa de noche, solo, todo en silencio y
escuchás esa voz tan desagradable en tu contestador diciendo esas
palabras sin sentido, porque creo que lo peor de todo el asunto es
que no tienen sentido. Ah, ¿ves? Vos porque no te lo habías
imaginado en detalle.
-Tenés razón, Olaf, es para cagarse.
-Al menos para nosotros no tiene sentido ¿Te suena conocido? ¿se te
ocurre quién puede haberle dejado un mensaje así a tu ex?
Gonzalo se puso de pie, enterró todos los dedos en la maraña de
rulos que coronaba su cabeza y se masajeó el cuero cabelludo con
desesperación. Caminó hasta el otro extremo del living mientras
Milena y Oliverio lo seguían con la mirada -cada uno rascándose una
oreja distinta- volvió hasta el sillón, suspiró y se sentó
nuevamente.
-Si yo conociera a una persona así trataría de mantenerla alejada
de mí y de todos los que me rodean para asegurar la salud mental de
mi entorno. Espero con todo mi corazón que haya sido una llamada
equivocada -miró a su vecino con el ruego aún en la mirada y lo vio
asentir.
-Vamos a casa, Gonza, este lugar empieza a asfixiarme.
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