Gonzalo
Vallejo abrió los ojos sobresaltado y se encontró sumido en una
pegajosa penumbra color verde, los latidos que atropellaban su pecho
lo retrotrajeron a otro despertar en que el miedo se instalara en su
cuerpo y ya no lo dejara volver a pensar en paz. Se incorporó en la
cama sobre la que reposaba y escudriñó a su alrededor. No tenía ni
idea de dónde se hallaba. La habitación era pequeña, había una
ventana con cortinas que apenas dejaban pasar la luz del día que
terminaba o recién comenzaba, Gonzalo no podría asegurarlo. Hizo a
un lado las sábanas y observó su torso desnudo preguntándose qué
habría sido de sus ropas, intentó levantarse pero el mundo giró de
repente haciéndolo trastabillar y empujar contra la pared lo que
ahora descubría era una camilla. Una puerta se abrió de repente y
alguien acudió en su ayuda.
El
olor del alcohol concentrado bajo su nariz obligó al mundo a
enfocarse y quedarse quieto. Gonzalo parpadeó repetidas veces hasta
reconocer el rostro que lo observaba. Samantha sostenía el algodón
con alcohol y la nuca con la otra mano; su gesto, mezcla de
preocupación y aburrimiento, disparó imágenes en la cabeza de él.
¿Puedo
pasar, por favor? Recordaba haber seguido sus instintos, como
solía hacer demasiado seguido, pero esa vez habían sido unos muy
básicos. Él había estado más desnudo que ahora, excepto por una
toalla, y los ojos de ella fueron demasiado osados. La osadía no
tardó en contagiársele a las manos y trepar hasta la misma boca
cuyo gesto nunca había sido otro que de desprecio. En aquel momento
sus labios se habían entreabierto para dar una orden clara y
concisa. Cogeme. El cuerpo de Samantha desnudo encaramado
sobre el suyo no dio lugar a malinterpretaciones y pese a no ser muy
adepto a seguir órdenes sin cuestionarlas ese día su cuerpo lo
traicionó.
Gonzalo
sintió una erección renacer entre las sábanas y pensó que era
mejor no recordar del todo la escena o tendría un vergonzoso
accidente frente a la misma mujer que terminó de vestirse, dio media
vuelta y abandonó su departamento sin dirigirle una palabra ni una
sola mirada. Terrible contraste el del silencio con los gritos que
los envolvieran minutos atrás. Apretó los párpados con fuerza
intentando concentrarse en otra cosa que no fueran gritos de placer.
No le resultó difícil, le vino a la cabeza el único grito que
podía borrar de un zarpazo cualquier vestigio de deseo sexual que
ocupara su mente.
-Gracias
-dijo en voz alta sin dirigirse a Samantha pero no preocupándose en
aclararlo tampoco.- ¿Qué pasó?
Los
ojos azules que lo observaban detrás de aquellos anteojos carecían
del don de la empatía, por más que estuviese vestida casi como una
enfermera, esa mujer jamás podría parecer piadosa. Tiró el algodón
a la basura y le respondió con voz cortante:
-Te
desmayaste.
Parecía
suficiente explicación para ella, puesto que comenzó a encaminarse
hacia la puerta y cuando él la sujetó por la muñeca sin demasiada
fuerza la mirada de reproche que le dirigió fue muy parecida al
odio. Gonzalo se descubrió pensando cómo no se le había congelado
la pija después de cogérsela esa tarde un millón de años atrás.
Se respondió que al menos por un momento había sido un cálido y
húmedo espejismo.
-¿Dónde
estoy? -era lo mínimo que reclamaba saber, no quiso que sonara como
una demanda, así que la soltó.
-En
el 11 “B” -fue todo lo que respondió antes de desaparecer tras
la puerta, dejándolo con la fugaz imagen del dragón que había
montado sin dudas ni remordimientos después que ella ordenara: por
atrás. Pese a las circunstancias actuales Gonzalo no pudo evitar
que empezara a ponérsele dura de nuevo. Por fin descubría adónde
iba a parar toda la sangre que huía de su cerebro.
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