Novela en desarrollo, paciencia por favor.

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28/10/11

11.b


Eran las seis de la tarde y Gonzalo no aparecía por ninguna parte. Oliverio no quería entrar en el juego de la paranoia ni buscar culpables de hechos perfectamente naturales, su vecino bien podría estar dormido como un tronco, haber ido a un bar a ponerse en pedo o incluso estar conversando con Constanza, riéndose ambos del absurdo malentendido. También podría estar agonizando en su departamento, hablando con la policía a gritos como un demente o interrogando a todas las amistades de su ex, amenazándolos de muerte si no le daban una pista concluyente acerca del paradero de la susodicha. Definitivamente tres horas no habían sido suficiente descanso, tres horas de sueño sobresaltado, interrumpido por pesadillas que lo despertaban a cada rato. Debía esperar, Gonzalo aparecería de un momento a otro, el problema era que no podía quedarse quieto. Quizá debiera llamar otra vez a su primo, consultarle qué hacer en el supuesto caso... ¿Cómo explicárselo sin quedar como un idiota fumado? No tenía tanta confianza con él para andar dibujando hipótesis de muñecas extrañas y gritos por la madrugada. Ya se imaginaba. Su tía terminaría interrogando a su madre acerca de los estrafalarios hábitos nocturnos de su único hijo y eso no podía tener un final feliz. Qué ganas de fumarse un faso que lo asaltaron... En una de esas, divagando llegaba a una conclusión acertada. No, no era más que una excusa estúpida. No aguantó más la inmovilidad y decidió hacerle algunas preguntas al encargado del edificio.
Apenas terminaba de abandonar el departamento cuando vio surgir del ascensor a su vecino de al lado apoyándose en su vecino de arriba. El semblante de Gonzalo era cadavérico, parecía un extra de una de esas películas de muertos vivos que daban en las madrugadas. Se guardó el comentario, no venía al caso herir susceptibilidades.
-¡Vecino! Me trae la ambulancia, ¿a usted le parece? No puedo fumarme un cigarrillo que se me cae la presión hasta los pies, qué manera de hacer el ridículo la mía. Decí que la secretaria de Darío justo había salido a almorzar y lo llamó para que me ayude -Gonzalo avanzaba por el pasillo como un borracho, una mano se apoyaba en el hombro de Darío Toscani mientras con la otra tanteaba las paredes.- Me fui del mundo por un par de horas y me siento como si me hubiese atropellado un camión.
Oliverio se acercó, ofreció su cuerpo de muleta y entre los dos hombres llevaron a Gonzalo hasta su cama.
-Te agradezco mucho, Darío. Estabas laburando y hacerte cargo de este inconsciente... Es un chiste, sí, pero la verdad es que no la está pasando muy bien últimamente. Problemas personales, nada demasiado grave -Oliverio lo acompañó hasta el ascensor.- Sí, quedate tranquilo que yo me ocupo, cualquier cosa que necesite te chiflo. Mil gracias.
El portero apareció por las escaleras con una bolsa de lona al hombro. Al verlos gritó:
-¡Ascensor! ¡Toscani! Necesito hablarle con urgencia de algunos asuntos que... -el hombre se introdujo en el elevador, cerró la puerta en la cara de Oliverio sin dirigirle la palabra y ambos hombres desaparecieron en las entrañas del edificio.
-Yo también quisiera hablar de cierto asunto... Pero siempre los propietarios tienen prioridad por sobre los inquilinos, ya tendría que haberme aprendido esa canción. En fin... -La luz del pasillo se apagó alrededor del murmullo de Oliverio, que avanzó a tientas.- Touché.
-Olaf... -lo llamó Gonzalo en voz baja apenas atravesó la puerta entreabierta del 10 “C”,- tengo que confesarte algo.
Se acercó a él mientras demasiados pensamientos se amontonaban en su mente. Tenía que dejarlo dormir hasta que se recupere, darle algo de comer. Sal, para la presión baja, y después tendría que contarle lo del subsuelo, pero cuando tuviese la cabeza más centrada que en ese momento, parecía muy ebrio, extraviado. Se sentó a su lado.
-Me cogí a Samantha, Olaf -le largó de repente.
-Ah, no perdiste el tiempo. ¿Delante de Darío? ¿Hicieron un trío? ¿Fue todo en la oficina, mientras fumabas un par de cigarrillos? -definitivamente la charla debía esperar, Oliverio intentó levantarse a buscar la sal pero Gonzalo lo retuvo de un brazo.
-No, boludo. Fue hace un tiempo. Por eso Constanza me dejó... -el llanto se le atragantó, convulsionándolo. Oliverio sacudió la cabeza, nada tenía sentido.
-No llores, chabón, te vas a desmayar de nuevo. Tenés que dormir. Bancá que te traigo un poco de sal. Cuando te sientas mejor hablamos.

Dos horas más tarde Gonzalo roncaba con las piernas levantadas. Oliverio terminaba de fumarse medio porro en el balcón y las estrellas se acercaban a su mente, despejándola. O al menos eso era lo que sentía, el universo le susurraba y él era un gigantesco oído cósmico. Se durmió al lado de su vecino con una sonrisa en los labios y más preguntas que respuestas.

A las cuatro de la madrugada un grito desgarrador arrancó del sueño a Oliverio que se incorporó en la cama con dificultad. La figura de Gonzalo en la penumbra lo sobresaltó, disipando cualquier neblina que entorpeciera sus sentidos. Su vecino se agarraba la cabeza con las dos manos y lo único que repetía sin parar era no, no, no, no. Le puso una mano en el hombro y el sollozo angustiado fue peor que la repetición sistemática.
-Era Constanza, Olaf. Estoy seguro. Era Constanza...

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