Eran
las seis de la tarde y Gonzalo no aparecía por ninguna parte.
Oliverio no quería entrar en el juego de la paranoia ni buscar
culpables de hechos perfectamente naturales, su vecino bien podría
estar dormido como un tronco, haber ido a un bar a ponerse en pedo o
incluso estar conversando con Constanza, riéndose ambos del absurdo
malentendido. También podría estar agonizando en su departamento,
hablando con la policía a gritos como un demente o interrogando a
todas las amistades de su ex, amenazándolos de muerte si no le daban
una pista concluyente acerca del paradero de la susodicha.
Definitivamente tres horas no habían sido suficiente descanso, tres
horas de sueño sobresaltado, interrumpido por pesadillas que lo
despertaban a cada rato. Debía esperar, Gonzalo aparecería de un
momento a otro, el problema era que no podía quedarse quieto. Quizá
debiera llamar otra vez a su primo, consultarle qué hacer en el
supuesto caso... ¿Cómo explicárselo sin quedar como un idiota
fumado? No tenía tanta confianza con él para andar dibujando
hipótesis de muñecas extrañas y gritos por la madrugada. Ya se
imaginaba. Su tía terminaría interrogando a su madre acerca de los
estrafalarios hábitos nocturnos de su único hijo y eso no podía
tener un final feliz. Qué ganas de fumarse un faso que lo
asaltaron... En una de esas, divagando llegaba a una conclusión
acertada. No, no era más que una excusa estúpida. No aguantó más
la inmovilidad y decidió hacerle algunas preguntas al encargado del
edificio.
Apenas
terminaba de abandonar el departamento cuando vio surgir del ascensor
a su vecino de al lado apoyándose en su vecino de arriba. El
semblante de Gonzalo era cadavérico, parecía un extra de una de
esas películas de muertos vivos que daban en las madrugadas. Se
guardó el comentario, no venía al caso herir susceptibilidades.
-¡Vecino!
Me trae la ambulancia, ¿a usted le parece? No puedo fumarme un
cigarrillo que se me cae la presión hasta los pies, qué manera de
hacer el ridículo la mía. Decí que la secretaria de Darío justo
había salido a almorzar y lo llamó para que me ayude -Gonzalo
avanzaba por el pasillo como un borracho, una mano se apoyaba en el
hombro de Darío Toscani mientras con la otra tanteaba las paredes.-
Me fui del mundo por un par de horas y me siento como si me hubiese
atropellado un camión.
Oliverio
se acercó, ofreció su cuerpo de muleta y entre los dos hombres
llevaron a Gonzalo hasta su cama.
-Te
agradezco mucho, Darío. Estabas laburando y hacerte cargo de este
inconsciente... Es un chiste, sí, pero la verdad es que no la está
pasando muy bien últimamente. Problemas personales, nada demasiado
grave -Oliverio lo acompañó hasta el ascensor.- Sí, quedate
tranquilo que yo me ocupo, cualquier cosa que necesite te chiflo. Mil
gracias.
El
portero apareció por las escaleras con una bolsa de lona al hombro.
Al verlos gritó:
-¡Ascensor!
¡Toscani! Necesito hablarle con urgencia de algunos asuntos que...
-el hombre se introdujo en el elevador, cerró la puerta en la cara
de Oliverio sin dirigirle la palabra y ambos hombres desaparecieron
en las entrañas del edificio.
-Yo
también quisiera hablar de cierto asunto... Pero siempre los
propietarios tienen prioridad por sobre los inquilinos, ya tendría
que haberme aprendido esa canción. En fin... -La luz del pasillo se
apagó alrededor del murmullo de Oliverio, que avanzó a tientas.-
Touché.
-Olaf...
-lo llamó Gonzalo en voz baja apenas atravesó la puerta
entreabierta del 10 “C”,- tengo que confesarte algo.
Se
acercó a él mientras demasiados pensamientos se amontonaban en su
mente. Tenía que dejarlo dormir hasta que se recupere, darle algo de
comer. Sal, para la presión baja, y después tendría que contarle
lo del subsuelo, pero cuando tuviese la cabeza más centrada que en
ese momento, parecía muy ebrio, extraviado. Se sentó a su lado.
-Me
cogí a Samantha, Olaf -le largó de repente.
-Ah,
no perdiste el tiempo. ¿Delante de Darío? ¿Hicieron un trío? ¿Fue
todo en la oficina, mientras fumabas un par de cigarrillos?
-definitivamente la charla debía esperar, Oliverio intentó
levantarse a buscar la sal pero Gonzalo lo retuvo de un brazo.
-No,
boludo. Fue hace un tiempo. Por eso Constanza me dejó... -el llanto
se le atragantó, convulsionándolo. Oliverio sacudió la cabeza,
nada tenía sentido.
-No
llores, chabón, te vas a desmayar de nuevo. Tenés que dormir. Bancá
que te traigo un poco de sal. Cuando te sientas mejor hablamos.
Dos
horas más tarde Gonzalo roncaba con las piernas levantadas. Oliverio
terminaba de fumarse medio porro en el balcón y las estrellas se
acercaban a su mente, despejándola. O al menos eso era lo que
sentía, el universo le susurraba y él era un gigantesco oído
cósmico. Se durmió al lado de su vecino con una sonrisa en los
labios y más preguntas que respuestas.
A las
cuatro de la madrugada un grito desgarrador arrancó del sueño a
Oliverio que se incorporó en la cama con dificultad. La figura de
Gonzalo en la penumbra lo sobresaltó, disipando cualquier neblina
que entorpeciera sus sentidos. Su vecino se agarraba la cabeza con
las dos manos y lo único que repetía sin parar era no, no, no,
no. Le puso una mano en el
hombro y el sollozo angustiado fue peor que la repetición
sistemática.
-Era Constanza, Olaf. Estoy seguro. Era Constanza...
No hay comentarios:
Publicar un comentario