(Instantáneas urbanas)
-Panorámica
I-
Mariana se despereza ante la caricia de los primeros rayos del
sol. Es la primera vez en años que duerme desnuda, la primera en esa
década que duerme acompañada, “los gatos no cuentan”, piensa y
sonríe. Estira una mano y la apoya sobre el pecho del hombre que
ronca suavemente a su lado. ¿Y si se equivocaba al volver a confiar?
Espanta el pensamiento como si fuese una mosca, se obliga a disfrutar
del momento presente. Imágenes de la velada irrumpen en su cabeza y
la obligan a sonrojarse como una niña descubierta en mitad de una
travesura. Rafael, tan galante, besándola con suavidad, llevándola
de la mano hasta la cama donde los besos y caricias se prolongaron
hasta el suplicio, hasta casi tener que rogarle que le sacara la ropa
y la poseyera de una buena vez. Pero claro, ese era el problema,
cuando esos dedos gentiles desabrocharon el primer botón de la
blusa, ella le aferró la mano con fuerza, los ojos súbitamente
abiertos como platos y arrasados en lágrimas.
Mariana se yergue por sobre la figura dormida a su derecha, se
aferra a la imagen, al aroma, a la sensación del tacto aún
revoloteando en su piel. No quiere que los recuerdos de un pasado que
creía enterrado vuelvan a desbordarla, Rafael ahora no posa su
mirada en ella para percatarse del temblor, para volver a consolarla
haciéndole el amor con ternura infinita. Nunca pensó que para
comenzar a borrar las cicatrices profundas de un pasado violento
hubiese que reandar esos senderos con nuevos y cuidadosos pasos. Se
descubre pensando que gracias a Gonzalo Vallejo esa imagen es
posible, él dio el empujón necesario para que se animara a dar ese
salto.
Mariana se muerde el labio inferior y su cuerpo se convulsiona en
un vano intento por ahogar las carcajadas. Se imagina a sí misma con
una manzana en la boca, recostada en un plato ante la mirada ávida
de Rafael Herrera, el hombre que se despierta con una sonrisa curiosa
ante la risa repentina de su acompañante desnuda.
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