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11/12/11

13.a


 A lo largo del día dos efectivos de la policía rondaron el edificio interrogando a todos sus ocupantes. Oliverio había vuelto a acudir a su primo, consultándolo acerca de cómo debían proceder ante el caso que se les presentaba. Gustavo los había instado a hacer la denuncia y fue él mismo, junto con un compañero, quien tomó declaración de los vecinos hasta las tres de la tarde, hora en que golpeó la puerta del 10mo “C”.
Un Oliverio con el rostro ensombrecido por la preocupación lo invitó a pasar con un gesto. El oficial tomó asiento y aceptó el café que le ofrecieron.
-¿Cómo está tu vecino? -preguntó al no verlo en su propio departamento.
-Acostado -respondió Oliverio mientras servía los dos cafés-, espero que dormido. A veces se queda colgado, como si estuviera en una especie de trance. Me da cosa, porque es como si se volviera autista o algo así. En esos momentos no resisto mucho tiempo antes de chasquear los dedos cerca de su rostro para que vuelva. A veces tengo miedo de que no lo haga...
-Es jodido. No me gustaría estar en su lugar, ni en el tuyo -Gustavo bebió el café sin apartar la vista de su primo-, en casos como este no se puede hacer demasiado hasta no tener algo más concreto. Constanza Ríos desaparecida, se fue de vacaciones, hay que ver qué onda. El grito lo escucharon ustedes dos y, por suerte, una persona más, sino olvidate, no te dan más bola.
El policía consultó una libreta ante la mirada ansiosa de Oliverio que dejaba enfriar el café en su taza.
-Azucena Miranda, una empleada doméstica de nacionalidad paraguaya que se encontraba limpiando el 10 “A” -prosiguió Gustavo-, sí, acá enfrente. Parece que habría un comprador interesado y venían a verlo hoy. Dice que cuando escuchó el grito se asomó al balcón y luego al pasillo, pero no vio ni oyó nada más que le pareciera extraño. Sin embargo, no pudo seguir trabajando, se fue a su casa, muy consternada y regresó hace unas horas para revisar si había terminado de limpiar todo a fondo antes de que llegaran los interesados, la encontré de casualidad. Ya estaba yendo a devolver la llave a la inmobiliaria.
-¿Y con respecto al otro asunto que te comenté...? -los dedos de Oliverio jugueteaban nerviosamente con la cuchara- ¿pudieron bajar al subsuelo sin problemas?
-La verdad es que no encontramos al portero por ninguna parte y con lo poco que tenemos no puedo mandarme a abrir una puerta que es propiedad privada, al menos no delante de otro policía, ¿nos entendemos?
-Sí -Oliverio ahogó su mirada en el café frío, se arrepentía de haber dado ese dato a su primo sin haberlo pensado antes-. Gracias por tu discreción, Gustavo. ¿Qué se puede hacer ahora?
-Legalmente, nada. A menos que pase algo más. Yo te aconsejaría que hagas más averiguaciones alrededor del domicilio de Constanza, hablá con amigos, colegas, gente que te pueda decir que la vio... -el policía siguió la mirada de su primo, que de repente parecía de piedra.
-Viva. Que pueda decir que la vio viva -Gonzalo se hallaba en el umbral de la puerta, envuelto en una sábana, despeinado y con los ojos hinchados, enrojecidos.

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