A lo largo del día dos efectivos de la policía rondaron el edificio
interrogando a todos sus ocupantes. Oliverio había vuelto a acudir a
su primo, consultándolo acerca de cómo debían proceder ante el
caso que se les presentaba. Gustavo los había instado a hacer la
denuncia y fue él mismo, junto con un compañero, quien tomó
declaración de los vecinos hasta las tres de la tarde, hora en que
golpeó la puerta del 10mo “C”.
Un Oliverio con el rostro ensombrecido por la preocupación lo invitó
a pasar con un gesto. El oficial tomó asiento y aceptó el café que
le ofrecieron.
-¿Cómo está tu vecino? -preguntó al no verlo en su propio
departamento.
-Acostado -respondió Oliverio mientras servía los dos cafés-,
espero que dormido. A veces se queda colgado, como si estuviera en
una especie de trance. Me da cosa, porque es como si se volviera
autista o algo así. En esos momentos no resisto mucho tiempo antes
de chasquear los dedos cerca de su rostro para que vuelva. A veces
tengo miedo de que no lo haga...
-Es jodido. No me gustaría estar en su lugar, ni en el tuyo -Gustavo
bebió el café sin apartar la vista de su primo-, en casos como este
no se puede hacer demasiado hasta no tener algo más concreto.
Constanza Ríos desaparecida, se fue de vacaciones, hay que ver qué
onda. El grito lo escucharon ustedes dos y, por suerte, una persona
más, sino olvidate, no te dan más bola.
El policía consultó una libreta ante la mirada ansiosa de Oliverio
que dejaba enfriar el café en su taza.
-Azucena Miranda, una empleada doméstica de nacionalidad paraguaya
que se encontraba limpiando el 10 “A” -prosiguió Gustavo-, sí,
acá enfrente. Parece que habría un comprador interesado y venían a
verlo hoy. Dice que cuando escuchó el grito se asomó al balcón y
luego al pasillo, pero no vio ni oyó nada más que le pareciera
extraño. Sin embargo, no pudo seguir trabajando, se fue a su casa,
muy consternada y regresó hace unas horas para revisar si había
terminado de limpiar todo a fondo antes de que llegaran los
interesados, la encontré de casualidad. Ya estaba yendo a devolver
la llave a la inmobiliaria.
-¿Y con respecto al otro asunto que te comenté...? -los dedos de
Oliverio jugueteaban nerviosamente con la cuchara- ¿pudieron bajar
al subsuelo sin problemas?
-La verdad es que no encontramos al portero por ninguna parte y con
lo poco que tenemos no puedo mandarme a abrir una puerta que es
propiedad privada, al menos no delante de otro policía, ¿nos
entendemos?
-Sí -Oliverio ahogó su mirada en el café frío, se arrepentía de
haber dado ese dato a su primo sin haberlo pensado antes-. Gracias
por tu discreción, Gustavo. ¿Qué se puede hacer ahora?
-Legalmente, nada. A menos que pase algo más. Yo te aconsejaría que
hagas más averiguaciones alrededor del domicilio de Constanza, hablá
con amigos, colegas, gente que te pueda decir que la vio... -el
policía siguió la mirada de su primo, que de repente parecía de
piedra.
-Viva. Que pueda decir que la vio viva -Gonzalo se hallaba en el
umbral de la puerta, envuelto en una sábana, despeinado y con los
ojos hinchados, enrojecidos.
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