-Sí, Gonzalo, eso iba a decir. Por horrible que suene, necesitamos
indicios de vida, si no los hay entonces se puede iniciar una
investigación. Desgraciadamente la prevención no es una de las
acciones en que la policía se enorgullezca en sobresalir. Lamento no
poder hacer más en este momento. Manténganme informado ante
cualquier indicio que consideren importante, por favor. Gracias por
el café, primo.
Oliverio lo acompañó hasta la puerta y volvió a sentarse, abrumado
por la mirada hosca de su vecino.
-Sentate, tenés que comer algo -sugirió al enajenado espectro que
seguía observándolo en silencio.
-No creo que pueda tragar nada- murmuró Gonzalo tras tomar asiento y
mirarlo con una tristeza inmensa-, ¿Qué voy a hacer, Olaf? Me estoy
volviendo loco. No puedo dejar de imaginármela muerta... cada vez
muere de una manera distinta, pero todas son horribles. ¿De dónde
mierda vino el grito? ¿por qué está tan cerca? ¿cómo es que la
policía no puede tirar abajo todas las puertas hasta encontrarla?
-Gonza... Yo sé que pedirte calma en estos momentos es un absurdo.
Ellos no pueden hacer nada hasta que haya algo más concreto,
imaginate que no pueden constatar que era ella, se tienen que basar
en nuestro testimonio. Es un garrón, ya sé. Podemos preguntar por
nuestra cuenta, husmear sin que nadie lo sepa en los alrededores, a
ver qué sacamos. Yo diría que empecemos por hacerle caso a Gustavo,
que hablemos con los amigos y conocidos de Constanza, a ver qué
dicen -Oliverio se levantó, preparó un café con leche y un
sandwich, los plantó bajo la nariz de su vecino y le dijo en un tono
más firme:- Hasta que no termines eso no vamos a ninguna parte.
Mientras Gonzalo comía, se bañaba y vestía, su vecino aprovechó
para deambular por el piso de abajo, conversar con Graciela, a quien
conocía poco pero sabía accesible, que vivía con su marido y sus
dos hijos en el 9no “C”. El “A” era una mensajería y el “B”
estaba habitado por un jubilado que casi no salía de su casa en todo
el día. Graciela no había escuchado nada pero consultaría a su
marido que ahora estaba trabajando, igual suponía que de haber
escuchado algo se lo hubiese comentado. ¿Los chicos? Claro, les
preguntaría también a los chicos. La mensajería estaba cerrada
antes de las siete. El jubilado del “B” no oía muy bien.
Oliverio regresó a buscar a su vecino.
En el camino hasta la casa de Constanza le resumió su pequeña
investigación, Gonzalo asentía en silencio y apretaba los labios
hasta hacerlos palidecer.
Adela los recibió con el mismo entusiasmo que la vez anterior. El
aspecto de Gonzalo, sin embargo, la preocupó y tornó su accionar
muy precavido. Constanza no había vuelto a llamar, nadie se había
acercado a la casa más que ellos. Les entregó las llaves sin más
preámbulos y se quedó observándolos desde la ventana.
La casa seguía exactamente igual que como la dejaron, Milena
reclamaba mimos y comida con un nuevo concierto de ronroneos.
Oliverio se alegró de ver a Gonzalo sonreirle con ternura a la bola
peluda.
-Gonza, ¿por qué no la llevás a tu casa? La soledad no es buena
para nadie -tras ver a su vecino asentir, se sentó junto al teléfono
y tomó la agenda-. Buscá algo donde meter al bicho para poder
llevarlo. Yo me ocupo de esto.
Hizo un par de llamados, al estudio fotográfico donde Constanza
trabajaba por temporada, al laboratorio donde revelaba sus rollos,
nadie había tenido noticias de ella desde que se fuera de
vacaciones. Llamó a Abril, su mejor amiga, y obtuvo la misma
respuesta sumada a una avalancha de preguntas desesperadas. Quedaron
en verse esa noche en el departamento de Gonzalo para hablar más en
detalle. Oliverio decidió llevarse la agenda para consultar con ella
acerca de las demás personas que figuraban allí. No podía llamar a
todo el mundo y explicarles la situación. Había que ser puntuales.
Gonzalo apareció con su mirada triste colmada de recuerdos, la gata
metida en un bolso maullando sin cesar y una bolsa con un paquete de
alimento, justo en el instante en que Oliverio escuchaba los mensajes
en el contestador. Terminaba de oírse el último -uno nuevo de
Abril- cuando ambos amigos se miraron confundidos. Retrocedieron la
cinta para volver a escuchar. No, el mensaje anónimo ya no estaba
allí, era el único que había sido borrado, y su ausencia les
resultó más aterradora que el recuerdo del mensaje en sí mismo.
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