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13/12/11

13.b


 -Sí, Gonzalo, eso iba a decir. Por horrible que suene, necesitamos indicios de vida, si no los hay entonces se puede iniciar una investigación. Desgraciadamente la prevención no es una de las acciones en que la policía se enorgullezca en sobresalir. Lamento no poder hacer más en este momento. Manténganme informado ante cualquier indicio que consideren importante, por favor. Gracias por el café, primo.
Oliverio lo acompañó hasta la puerta y volvió a sentarse, abrumado por la mirada hosca de su vecino.
-Sentate, tenés que comer algo -sugirió al enajenado espectro que seguía observándolo en silencio.
-No creo que pueda tragar nada- murmuró Gonzalo tras tomar asiento y mirarlo con una tristeza inmensa-, ¿Qué voy a hacer, Olaf? Me estoy volviendo loco. No puedo dejar de imaginármela muerta... cada vez muere de una manera distinta, pero todas son horribles. ¿De dónde mierda vino el grito? ¿por qué está tan cerca? ¿cómo es que la policía no puede tirar abajo todas las puertas hasta encontrarla?
-Gonza... Yo sé que pedirte calma en estos momentos es un absurdo. Ellos no pueden hacer nada hasta que haya algo más concreto, imaginate que no pueden constatar que era ella, se tienen que basar en nuestro testimonio. Es un garrón, ya sé. Podemos preguntar por nuestra cuenta, husmear sin que nadie lo sepa en los alrededores, a ver qué sacamos. Yo diría que empecemos por hacerle caso a Gustavo, que hablemos con los amigos y conocidos de Constanza, a ver qué dicen -Oliverio se levantó, preparó un café con leche y un sandwich, los plantó bajo la nariz de su vecino y le dijo en un tono más firme:- Hasta que no termines eso no vamos a ninguna parte.

Mientras Gonzalo comía, se bañaba y vestía, su vecino aprovechó para deambular por el piso de abajo, conversar con Graciela, a quien conocía poco pero sabía accesible, que vivía con su marido y sus dos hijos en el 9no “C”. El “A” era una mensajería y el “B” estaba habitado por un jubilado que casi no salía de su casa en todo el día. Graciela no había escuchado nada pero consultaría a su marido que ahora estaba trabajando, igual suponía que de haber escuchado algo se lo hubiese comentado. ¿Los chicos? Claro, les preguntaría también a los chicos. La mensajería estaba cerrada antes de las siete. El jubilado del “B” no oía muy bien. Oliverio regresó a buscar a su vecino.
En el camino hasta la casa de Constanza le resumió su pequeña investigación, Gonzalo asentía en silencio y apretaba los labios hasta hacerlos palidecer.
Adela los recibió con el mismo entusiasmo que la vez anterior. El aspecto de Gonzalo, sin embargo, la preocupó y tornó su accionar muy precavido. Constanza no había vuelto a llamar, nadie se había acercado a la casa más que ellos. Les entregó las llaves sin más preámbulos y se quedó observándolos desde la ventana.
La casa seguía exactamente igual que como la dejaron, Milena reclamaba mimos y comida con un nuevo concierto de ronroneos. Oliverio se alegró de ver a Gonzalo sonreirle con ternura a la bola peluda.
-Gonza, ¿por qué no la llevás a tu casa? La soledad no es buena para nadie -tras ver a su vecino asentir, se sentó junto al teléfono y tomó la agenda-. Buscá algo donde meter al bicho para poder llevarlo. Yo me ocupo de esto.
Hizo un par de llamados, al estudio fotográfico donde Constanza trabajaba por temporada, al laboratorio donde revelaba sus rollos, nadie había tenido noticias de ella desde que se fuera de vacaciones. Llamó a Abril, su mejor amiga, y obtuvo la misma respuesta sumada a una avalancha de preguntas desesperadas. Quedaron en verse esa noche en el departamento de Gonzalo para hablar más en detalle. Oliverio decidió llevarse la agenda para consultar con ella acerca de las demás personas que figuraban allí. No podía llamar a todo el mundo y explicarles la situación. Había que ser puntuales.
Gonzalo apareció con su mirada triste colmada de recuerdos, la gata metida en un bolso maullando sin cesar y una bolsa con un paquete de alimento, justo en el instante en que Oliverio escuchaba los mensajes en el contestador. Terminaba de oírse el último -uno nuevo de Abril- cuando ambos amigos se miraron confundidos. Retrocedieron la cinta para volver a escuchar. No, el mensaje anónimo ya no estaba allí, era el único que había sido borrado, y su ausencia les resultó más aterradora que el recuerdo del mensaje en sí mismo.

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